miércoles, 25 de mayo de 2011

TRUJILLO



El viaje nocturno hacia las metáforas de la vida continuaba con mucha tranquilidad. El coche cama era de primera y nos movíamos cómodos, distendidos, hasta que de pronto, se oye un ruido extraño. Los pasajeros se despiertan y comienzan a quejarse, Feliciano sigue roncando. Aparentemente la correa del motor decidió romperse. Los conductores se bajan para evaluar la situación y comprueban que no pueden repararla. En medio de la nada desértica estuvimos varados más de cuatro horas, a merced de los salteadores de caminos. Al amanecer logran acomodarla un poco y presionados por los pasajeros, hartos de esperar, los chóferes deciden continuar con la correa inservible. La suerte estuvo de nuestro lado. Llegamos a nuestro destino con más de ocho horas de retraso. No comprendo el apuro de las personas, la paciencia es un arte que tendríamos que practicar constantemente. La impaciencia pertenece al tiempo. Es importante manejarse sin temor y avanzar seguro de uno mismo, disuelto en el sendero. La vida se encargará de llevarme por los lugares correctos. Esta eventualidad me entrega la fuerza necesaria para continuar trazando la huella de mis letras peregrinas. Estar en el norte del Perú luego de más de noventa horas de ruta es un acto maravilloso de locura y coraje. Hemos atracado en la ciudad de Trujillo, capital del departamento de La Libertad, cercana al Pacífico y bordeada por una región de costas desérticas. Miguel de Estete la fundó en 1534 fortificándola robustamente para evitar el asalto de los piratas. Allí, al oeste de la ciudad se encuentra la ciudad preincaica de Chanchán. Entre su patrimonio cultural destacan la iglesia de la Compañía del siglo XVII, la catedral construida entre 1647 y 1666 y la iglesia y monasterio de El Carmen, un valioso conjunto arquitectónico-artístico del arte virreinal. La etapa de mayor prosperidad se inició en el siglo XIX cuando se extendió la práctica de la agricultura de regadío. Fue capital provisional de Perú durante su independencia. Aquí fuimos recibidos en la casa de la pintora y poeta Rosa Berenice, amiga de Feliciano. Al adentrarnos me llamaron la atención dos animalejos extraños que estaban metidos en una pecera con agua, eran las salamandras de Thais, la nieta de la dueña de casa. Rosa me ofrece uno de los cuartos y me tiendo a descansar escuchando música brasileña en un pequeño aparato de audio. Agradezco tener una cama con sábanas limpias y un sitio en donde poder reposar mis huesos cansados de tanto andar. Estoy pleno, viviendo el ahora, sin mirar atrás. La vida se presenta con todos sus matices y buenas vibraciones, las entidades oscuras no pueden arrimarse, son devastadas por la luminosidad que existe en nosotros mismos. Sigo avanzando sin analizar, haciendo todo lo que siento en mis venas, ahí reside el secreto, no me cansaré de repetirlo. Con perseverancia y sosiego, no ingresar en el ritmo vertiginoso del tiempo. “Lo que es, es” rige más que nunca, siendo UNO el que domina el estado de los pensamientos, de las emociones. Dirigir el cerco de mi poder mental me concede una tranquilidad reparadora, tengo que dejar que los acontecimientos sucedan, observarlos tal como son y no evadirme hacia el pasado ni al futuro.
La noche del 25 de febrero estuvimos en la Casona de la Emancipación en un evento organizado por la Asociación de Escritoras Norteñas y debí hacer grandes esfuerzos para no caer dormido. En cambio Feliciano que estaba a mi lado, durmió durante toda la tediosa velada literaria e incluso llegó a roncar. Después nos fuimos a comer al “Barro Dorado” y todo se hizo más soportable porque además tomamos el famoso Pisco de la discordia, así lo llamo yo, pues los chilenos afirman que es un producto de ellos y los peruanos dicen lo mismo. ¿Quién tiene la verdad? A la mañana siguiente fuimos al diario “La Industria”, donde nos hicieron una nota y más tarde a una emisora radial para hablar de la gira por los países de América del Sur y del trabajo de Feliciano. Rosa Berenice me informa que al oeste existe una ciudad de barro. Me quedo admirado. Nunca había escuchado nada igual. Conocimos el Reino Chimú que se inició aproximadamente en el año 850 d.C. hasta 1470 cuando fueron conquistados y sometidos por los Incas. Chan Chan fue la capital política y administrativa del Reino Chimú. Es considerada la “Ciudad de Barro” más grande del mundo. Luego de recorrerla nos fuimos a la ciudad costera de Huamachuco, donde probé el famoso ceviche peruano.



Recostado contra la pared del cuarto de Rosa, escribo en mi cuaderno de viaje:

“Hace mucho tiempo que me siento sin patria ni religión y cuándo me preguntan de dónde soy les digo que vengo de todos lados, que nací en Buenos Aires un 23 de septiembre de 1966 y que pude haber nacido en cualquier lugar, mi patria es el mundo entero. De todas las religiones he aprendido mucho pero tampoco pertenezco a ninguna, y cuando se trata de investigar las cuestiones esenciales del ser, recurro a mi descubrimiento personal que no admite influencias y todo es un acto puro.



Mezclarme con todas las culturas me hace sentir parte de cada ser humano. La tierra no tiene dueño, es un absurdo inventado por quienes han gobernado y gobiernan la realidad del mundo. He desechado todos los condicionamientos sociales para que mi visión sea incontaminada, alejado de las ideologías que pretenden apoderarse de mi cerebro. Estar caminando en esta parte del mundo es un privilegio y me siento muy agradecido por ello. En cada lugar que vaya llevaré el legado de las letras que emergen de mi núcleo central. SER es la mayor satisfacción que siento en la vida. Ser y hallarme ahora, sentado al borde de la cama y con el cuaderno en mis manos, que tal vez mañana se lea en la pantalla de algún computador o en las páginas de un libro. Todo es un estado de profunda revelación y paz.”

La valija está en el suelo, hay algunos libros desparramados, un reloj que marca cualquier hora, un par de zapatos. El poemario de Pasos Paz sobre la mesita de luz me dice:

“Mi vida
es un río después de la lluvia
todo está en movimiento
amenaza con arrasar todo
creo que cada cosa
que encuentro en mi camino
me quiere pedir algo.”

La eternidad me rodea cubriéndome con un bálsamo protector. No hay amenazas, ni gigantes maléficos; todo se encuentra inasible, se esfuma para transformarse en el futuro del presente de otra persona que se encontrará leyendo la historia de mi pasado. El tiempo no se puede apresar. Vivir entregado a la Realidad de HOY nos brinda algo que no se puede explicar sino EXPERIMENTAR. Es una iluminación repentina, entonces me inclino y doy las gracias por todo lo que tengo, soy inmensamente rico. Lo real de este instante es el sonido de otro reloj que marca las siete y treinta de la mañana, un ventanal que arrima la bruma del mar, un manojo de flores amarillas y el recuerdo del temblor que nos atacó durante la noche. Presencié mi primer sismo, verdadero, sonoro y bastante fuerte. De la cocina se oye la voz de Rosa que prepara mi último desayuno en su casa. Mi estadía junto al poeta y compañero de ruta Feliciano Mejía ha finalizado.


© Juan Pomponio




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