domingo, 13 de junio de 2010

VIAJANDO HACIA LA TIERRA DEL CUZCO



A las nueve de la noche subimos al bus. El aroma de orín rancio nos pega de pleno en el rostro. Pedimos sentarnos en un lugar donde podamos poner los pies hacia arriba. Los pasajeros eran en su gran mayoría personas muy humildes. El conductor encara la ruta de montaña a una velocidad inusitada. Veía en las curvas cómo nos asomábamos a la oscuridad de los precipicios. Cuando estaba por dormirme nos detiene la policía. Suben alumbrando nuestros rostros con linternas y presos de su actitud déspota piden nuestros papeles pero van directamente a confiscar la mercancía de los pobres. A uno de ellos le arrancan de sus manos una bolsa con ropa nueva para vender. Gritan como marranos, sin ofender a los cerdos, claro. Aquella noche nos detuvieron siete veces y siempre con esa brutalidad características de aquellos que abusan del poderío que les brinda un uniforme policial.
Marcela venía dormida, recostada sobre mi pecho. Le daba besos en su rostro de ángel. De repente oigo un estallido, el bus comienza a moverse hacia ambos lados de la carretera y el conductor lucha para dominar la unidad. Cuando logra estacionarlo al costado del camino, respiro aliviado. Había reventado una goma. Mientras cambian el neumático, unos bajan a orinar, otros a estirar sus piernas. La negrura nos cubre, apenas se ven luces entre los cerros. Retomando el viaje, el chofer acelera su paso, las curvas se hacen cada vez más apretadas. Al encarar las rocas de las montañas casi se estrella contra ellas, pero su pericia hace doblar al bus en el momento justo. Pasadas seis horas de tanto andar recalamos en la misteriosa Arequipa, al tiempo que el sol comenzaba a tallar las montañas de colores claros. La altura aún no se siente más tengo una sensación extraña en mi cuerpo. Nos encontramos en una ciudad del sur de Perú, la más importante después de Lima. Aquí hay una relación muy especial con el norte de Bolivia y la parte oeste de Brasil, a través del puerto de Mollendo, en el océano Pacífico se produce un gran intercambio de productos como el arroz, la caña de azúcar, algodón y cereales. Y una de las principales industrias es el hilado y la elaboración de mantas o frazadas de alpaca. El clima es suave y seco. La ciudad se encuentra asentada en un valle de mucha belleza, rodeado de montañas, destacándose El Misti, un volcán que tiene una altura de 5882 m. Uno de los primeros conquistadores españoles en llegar fue Francisco Pizarro quien la fundó en 1540.

En el Terminal de la empresa que tan mal nos trató, intento quejarme con uno de los encargados, pero es inútil. Ahora estamos en una sala de espera de la misma empresa, sólo que ésta es bien lujosa, esperamos el bus que nos llevará a Cuzco. Hay turistas alemanes, japoneses, norteamericanos, de diversas partes del mundo. Tomamos unos mates de coca para comenzar a contrarrestar los efectos de la altura y del soroche (mal de altura) como le llaman allí. No nos hicieron esperar mucho, y el bus que nos dieron era de primera línea. Claro, es turismo a nivel internacional. Mientras viajaban los bolivianos, chilenos, peruanos y nosotros, nos ofrecieron el peor servicio. Terrible discriminación. Ahora nos acompañaba una azafata que nos atendía con todo lo mejor. Tenemos por delante unas dieciocho horas más.

Una vez más nos tutelaba la majestuosidad de los Andes. Se ven campesinos con los trajes típicos que viven en la inmensa soledad. Cultivan hortalizas, tienen ovejas, alpacas, llamas. Todo es muy humilde, gente pobre que vive olvidada en los trastos del tiempo. Mientras en el bus nos ponen una película para entretenernos advierto la belleza que se encuentra en la naturaleza. Un grupo de niños corretean unas cabras. Siguen las curvas cerradas, algunas forman una S donde el bus tiene que dominarla a paso de hombre. Al cabo de varias horas, arribamos a Puno, se manifiestan los primeros dolores de cabeza, se nos tapan los oídos. El soroche nos da su bienvenida. Nos encontramos a 3827 m de altitud y a lo lejos se ve el misticismo del lago Titicaca donde se encuentra el puerto lacustre más alto del mundo. El nombre completo es San Carlos de Puno. En las orillas del lago viven los indios Uros que se dedican a la cestería y la etnia predominante es la Aimara. Sobrevivientes de la masacre realizada por los conquistadores españoles. En Puno tienen industria agropecuaria, astilleros y fabricas de conserva (pescado).

En la breve estadía en esta región recóndita del planeta nació otro poema:

A SAN CARLOS DE PUNO

Los campesinos caminan
iluminando las montañas
cubiertos de estrellas
soles y aguaceros
habitan intensos
cultivan hortalizas y flores
tienen ovejas, alpacas, llamas.

Todo es muy humilde
gente pobre que vive olvidada
en los trastos del tiempo.
Juan Pomponio ©

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